Mantener relaciones con objetos inanimados es algo que lleva
presente en la literatura desde casi sus inicios. En el mito de Pigmalión, el
escultor se enamora de su creación y pide que esta tenga vida para poder
mantener una relación real con ella.
Lo mismo sucederá, más adelante, con Pinocho. Su creador,
Geppeto lo realiza tan perfecto que sólo le falta hablar para ser un niño de
verdad y cumplir así el sueño del hombre: ser padre. Su deseo nuevamente se
vuelve realidad y Pinocho cobra vida.
Serrat, por su parte, cuenta la historia de un hombre
enamorado de un maniquí. En De cartón piedra, el protagonista se enamora de esa
mujer falsa, de ese cuerpo de plástico que se muestra perfecto y que, al
contrario de las mujeres reales, no puede dañar al hombre.
El tema, como vemos ha estado presente desde hace mucho en
el ideario literario y ficticio de los autores y creadores. En Her, la última
película de Joaquin Phoenix vemos como su protagonista se enamora de una máquina,
de una voz que sale de un aparato.
Algo similar ya se veía en Big Bang Theory cuando Rash se
enamora de Sidi, la voz de su teléfono móvil. En la película, Phoenix mantiene
una relación con su sistema operativo y es una relación tan real y tan viva
como la que mantendría con una persona.
Olvidados, solitarios y recelosos de los demás, los humanos
muchas veces nos centramos en los objetos, en las creaciones artificiales para
encontrar la comprensión y el cariño que queremos y que precisamos para vivir.
Las personas de verdad, tan difíciles, tan duras, tan
incompresibles y sobre todo tan llenas de fallos y defectos no nos podrán nunca
colmar como una creación perfecta, como un sustitutivo de ese tipo. Pero tendrán
algo que no llegará a tener una relación con la máquina, un cuerpo y sobre todo
una capacidad de sorprendernos con reacciones inesperadas, deficitarias,
extrañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario