En ese mundo de El reino de la
Calderilla muchos otros escritores pululaban en los cafés de la
media tostada y en las noches eternas de las buñolerías y las
churrerías, de los teatros sicalípticos y los tascones que se
extendían a un lado y otro de la Puerta del Sol, desde Carretas a la
calle Sevilla.
Max Estrella, ciego y olvidado,
circulaba su vida por esa bohemia apagada para él que reflejaba las
luces deformadas en los espejos del callejón del gato. El esperpento
de Valle Inclán nos da una idea de cómo se movía la farándula
cultural de la época, girando alrededor de su egoísmo y del hambre
por un Madrid lleno de fantasmas literarios que no se sabía cuándo
y cómo escribían.
El viaje nocturno de Max Estrella por
el Madrid de la bohemia nos lleva por su oscuridad, por la ceguera y
también por las luces. Las luces, evidentemente, son las de la
genialidad de Estrella, Alejandro Sawa trasmutado. Las luces están
en su poesía modernista, en sus colores vivos y en su melancolía
por lo finiquitado, por lo acabado. La oscuridad está en sus ojos.
Y la oscuridad está también en los
personajes que recorren esa bohemia. Las prostitutas pobres. La
familia trágica del propio Estrella que no sabe que sería rica si
no les hubieran robado el décimo premiado. La oscuridad circunda la
genialidad del propio Estrella, del propio Sawa, olvidados en su luz,
olvidados su obra literaria y su obra vital que se acaba con él
mismo, como él mismo en un ataque último y doblemente trágico,
perdida la vida y perdida la gloria. Perdido incluso el dinero.
Don Latino le roba su premio, su décimo
ganador, como le habría robado su obra si hubiera podido. Porque el
mundo de la bohemia es así. Hay que ganarse la vida. Hay que llegar
al siguiente día con el estómago lleno sea como sea, adulando al
torpe, encumbrando al falto de talento, acabando con la vida y la
obra del talentoso.
Rubén Darío, triste y enorme, asiste
al entierro del representante máximo de esa bohemia. Sus palabras de
elogio ante la ruina moral y literaria del hombre que ha muerto.
Personajes ciertos, que se movieron en esas luces y esa oscuridad del
Madrid de principios del siglo XX haciendo de su vida una obra y de
su obra un intento de vida. Pobres y orgullosos y desharrapados, como
copia de un país que siempre ha sido así, pobre, orgulloso y
desharrapado, genial y destartalado, luz de bohemia y ceguera máxima.
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