Sentado en el bar, con
una cerveza y escuchando conversaciones ajenas, es la mejor forma de
escribir nuevo material cómico. Mi número es bueno, pero hay que
escribir más material por si acaso. Nunca se sabe cuándo va a hacer
falta. Y hay que renovarse y hay que mejorar. Quedarse atrás es
perder dinero. Y el dinero es cerveza.
Un hombre en silla de
ruedas entra en el bar. Pide una cerveza. Es un hombre de lo más
feliz. No tiene piernas. Es un hombre sonriente y tranquilo que bebe
cerveza, que habla con la gente que se mueve con más o menos
desenvoltura con la silla.
Antes no era así,
según me cuenta en el camarero antes tenía las dos piernas. Pero
las perdió. Y antes era un borde. Pero cambió. Siempre que salía
de casa, acaba por pisar una mierda. Los perros estaban por todas
partes y era difícil esquivarlas. Sobre todo para él. No había día
que pisara una. No había lugar.
Se iba de vacaciones y
en el pueblo de la playa pisaba una mierda. Estaba en el trabajo,
salía a fumar y pisaba una mierda. Estaba en el supermercado, en el
bar, en el fútbol. No sabía cómo se las apañaba pero siempre le
pasaba lo mismo. Y ya no era molesto. Pero no podía tener una chica
así. Siempre oliendo a caca de perro o de otro animal.
Un día tomó una
decisión drástica y se cortó la pierna. Eligió la derecha. Pero
le quedaba una pierna. Y con esa siempre acababa por pisar una caca.
Era como una maldición gitana. Como una maldición griega. Como una
pedazo de maldición de mierda. Cuando no pisaba con su zapatilla
pisaba con su muleta.
Así que cortó por lo
sano, nunca mejor dicho, y se cortó la otra pierna. Ahora ya no pisa
mierdas más que con la silla de ruedas, y como la suya lleva motor,
no hay problema. Siempre va limpio. Siempre va tranquilo. Se ha
echado una novia. Tiene dos piernas de metal para correr cuando le
apetece y además le ha salido un trabajo guay como probador de
rampas.
Normal que ahora sea
tan feliz. En la vida el que no encuentra respuestas es porque no las
busca lo suficiente.
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