Entre café con media tostada y cuidado
de sus hermanas, Rafael Cansinos Assens, paseaba su tristeza por las
calles de Madrid. Huérfano y pobre, consigue ganarse la vida a base
de publicar artículos en los diarios, a base de traducciones que le
darán fama de políglota, de erudito y también de judío o moro.
Paseando por las calles de ese Madrid
que está derribando manzanas de casas para construir la Gran Vía,
para construir una ciudad moderna que salga de la Puerta del Sol al
mundo, que se escape de esa miseria de los pillos que proliferan
esperando para vender los diarios de la noche, mientras en las
redacciones de los periódicos los componedores esperan pacientemente
que aquellos bohemios bigotudos terminen sus artículos.
Los pillos proliferan hasta en las
direcciones de los periódicos. Hombres que sirven a los políticos
de turno, que no pagan a sus empleados, que exigen tonos políticos
hasta en las crónicas literarias. Cansinos se gana la vida en esos
diarios, donde demuestra su tino como critico literario, donde hace
extrañas amistades.
Pasa las noches por las redacciones y
por los cafés, los bares, las tascas de ese Madrid bohemio. En los
burdeles escribe sus traducciones, sus artículos. Intelectual y
bohemio, respetuoso de sus hermanas novicias, Cansinos escribe sobre
los bohemios, sobre los compañeros de fatigas del café con media,
sobre los que intentan ganarse la vida asaltando con sus artículos a
los que publican diariamente.
El divino fracaso o La novela
de un literato dan idea de ese Madrid, de cómo era la vida en
esos días. Los nombres de los pillos, de los intentos de escritores,
de los pícaros modernos que como el Lazarillo sólo quieren
sobrevivir y medrar, se suceden en sus páginas. Desde Buscarini a
Alejandro Sawa.
La novela de un literato cuenta su vida
en las letras, sus miserias, sus traducciones, su lucha por la
supervivencia, cuenta esa bohemia desde dentro, desde la mirada de un
escritor que se abre paso en su tiempo y que luego se olvida.
Palabras efímeras como todas las de la época.
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