En el Madrid de principios del siglo XX abundaba una bohemia descarada y pobretona que hacía su vida en los
cafés que se establecían en torno a la Puerta del Sol. Aún no
existía la Gran Vía, y detrás de la plaza madrileña había un
laberinto de calles y callejones donde los escritores, más o menos
escritores, pasaban sus días intentando sobrevivir.
Sentados en uno de esos cafés,
intentando juntar lo necesario para un café con media tostada con la
que pasar el día, escribían o pensaban la forma de dar un sablazo a
alguien con posibles. Entre esa fauna destaca Emilio Carrere, poeta
modernista, escritor de misterio y sobre todo vividor y caradura.
Carrere era uno de los clásicos de lo
que él mismo cuenta en su libro El reino de la Calderilla.
Una bohemia pobretona que hacía lo que podía para vivir sin
trabajar y que trataba de escribir y colocar sus obras por los
diarios y las imprentas. Se juntaban en grupos, y tenían sus odios y
sus amores, sus amistades y sus odios.
Sobrevivían a base de sablazos.
Siempre había algún rico con buen corazón y poca sesera que
acababa por darles algo, por reconocer su talento. Carrere firmó un
contrato para una novela que nunca entregaba. Se pasaba el día en
los billares del centro de Madrid, así que su editor contrató a
Jesús de Aragón para que acabara la novela que Carrere no le
entregaba. Fue su mayor éxito. Una obra que no escribió él, pero
que cobró íntegramente, La torre de los siete jorobados.
Poeta modernista, su poesía ha sido
reeditada hace poco. Colorista y expresiva, está escrita en los
veladores de los cafés, en los asientos de peluche al lado de
pequeños faroles de gas que alumbraban el tenebroso interior de los
cafés por la noche. Mucho mejor que pasar la noche con la familia y
los hijos, que los tenía Carrere.
Además de plasmar esa bohemia loca y
caradura en El Reino de la Calderilla, también escribió cuentos
góticos como La casa de la cruz o novelas de aventuras como
La Calavera de Atahualpa. La editorial Valdemar, a la que
agredecemos su labor y a la que animamos a seguir y a publicar
también la obra de Jesús de Aragón, ha ido recuperando casi toda
su producción literaria en los últimos años. Sobre su vida, su
gran obra y aventura, cabría una gran novela, una gran película.
Pero ese Madrid finisecular era un escenario viviente, donde cada
personaje podría ser el protagonista de su propia novela.
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