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sábado, agosto 03, 2013

LAS HORAS Y LOS DÍAS

En aquel verano las semanas volaban. Los días vistos desde atrás, se habían escapado sin que apenas pudieran quedarse grabados en el recuerdo. No había manera de distinguirlos, de saber en qué semana habían sucedido. Eran días que volaban en semanas que volaban. Los calendarios se hacían cortos. Los plazos de tiempo casi no existían. El mes que viene era mañana.

Pero los días se hacían interminables. Las horas pasaban lentas, como si cada minuto tuviera la intención de quedarse sin pasar, de durar eternamente. Las horas de los días eran descontadas sin que terminaran de pasar. Hacía las cosas para que las horas no me pillaran continuamente vigilándolas, mirando el reloj y deseando que ya fuera otra hora, que se hubiera marchado esa que tanto me había costado vivir.

Fue un verano que terminó en una hora inmensa. Una hora que se quedó durante semanas y que cuando acabó, no dejó recuerdo, no dejó sensación de haber pasado. Durante esas semanas yo cultivaba tu recuerdo. El calendario pasaba los días y en ellos yo marcaba las oportunidades perdidas de haber estado contigo.

El otoño llegó a tal velocidad que no me di cuenta de que había que cambiar la ropa, empezar a trabajar, olvidar que el verano ya había acabado. El otoño me cogió desprevenido y me constipaba cada dos días con una regularidad y una tenacidad inusitadas. Pasaba los días entre pañuelos y antigripales. Tu recuerdo se iba agigantando.

Los días que habían volado en verano eran días perdidos. Días que había consumido esperando tu regreso. El beso último que me diste con los labios suaves me duraba aún. Su tacto era mi despertar de cada día. Su recuerdo en los días marcaba el tiempo que pasaba. Contaba cuando me lo habías dado y me parecía imposible que ya hubieran pasado casi tres semanas. Dos meses. Una estación.

El tiempo se volvió loco cuando supe que había pasado un año. Todos me dijeron que no volverías. Yo sabía que no volverías. Que te habías ido para siempre porque tenías razones para no volver. Y no te quedaba ya ninguna para volver. Pero el tiempo seguía pasando de esa forma absurda: días interminables en los que no aparecías y semanas inmediatas en las que tu recuerdo había arrancado cada día del calendario.




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