Etiquetar una obra literaria es fácil.
Se las agrupa junto con las de otros autores con una obra similar,
otros autores que coincidieron en el tiempo y en el espacio. Así se
crean grupos literarios, pero también equívocos y sobre todo,
unicidades, obras que responden a una sola etiqueta, cuando en
realidad ofrecen más de lo que esa etiqueta dice.
Ángel González es un poeta de la
Generación de los 50. Se les agrupa en la etiqueta de poetas
realistas, de poetas basados en la experiencia personal. Pero en
realidad, tanto Ángel González como otros miembros de esa
generación (José Hierro, Claudio Rodríguez o Gil de Biedma)
ofrecen mucho más en sus poesía.
Es evidente el sesgo realista de la
poesía de González. Incluso esa llamada “experiencia personal”.
Huyen de la metáfora y del preciosismo. No es una poesía cargada de
color o de retórica. Está hecha con palabras diarias y cuenta los
hechos del día a día. No se vuelca en impresiones fabulosas. No
tiene una expresión modernista. Lo importante está en lo que se
dice, no en la forma.
Pero en su poesía hay mucho más que
una sobriedad expresiva, que el relato de su experiencia personal.
Hay en la poesía de González una nítida preocupación por la
palabra y por su expresión poética. El cómo se escribe y el por
qué se escribe. Esa preocupación, idéntica a la que expresa en
muchas ocasiones Blas de Otero, le lleva a justificar su poesía:
poesía eres tú mirando al diccionario de la rae.
Esa preocupación por la poética y por
la palabra deviene de una necesidad de comunicar, de comunicarse a sí
mismo. De ahí la experiencia personal. De ahí que sea un poesía en
la que el poeta se cuenta a sí mismo. De ahí que el mismo poeta sea
el protagonista, con nombres y apellidos, de algunos poemas. La
necesidad de comunicarse es la llave y la llama de la poesía. Romper
la barrera de la soledad del hombre.
Esa barrera de soledad que se rompe,
sobre todo, con el amor. Mucho amor hay en la obra de Ángel
González. Amor que se escapa al principio en cierto tono saliniano,
pero que después va más allá y se transforma en un amor real, en
un amor realista, como toda la poesía del autor asturiano. Palabras
de amor real, para situaciones de amor real.
Pero el gran rasgo olvidado de la
poesía de Ángel González es el humor. Olvidado por la experiencia
personal, por las palabras de amor y por la realidad, se esconde un
gran humorista en la poesía de González. Ironía, chiste,
retruécano, todo eso se esconde en el juego de palabras en que se
convierte en ocasiones su poesía.
El humor como elemento fundamental de
la vida, como elemento que sirve para huir de la soledad, para
conectar a los seres humanos que se entienden más y mejor en la
risa. Humor hecho desde la poesía y en ocasiones, recordando aunque
de lejos a Nicanor Parra, hecho contra la poesía. Dato Biográfico,
Glosas a Heráclito o Quédate quieto son sólo tres de los ejemplos
de muchos otros poemas con tintes humorísticos de la poesía de
Ángel González.
La poesía ofrece más de lo que se
espera. Más de lo que dicen las etiquetas que la integran.Más de lo
que dicen las contraportadas de los libros.
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