Pues ahí ibamos metidos en un nube de polvo que masticábamos como si fuera pan. No se veía nada por delante y nadie quería mirar atrás. Siempre que pasa esto yo miro a mi derecha y digo, coño, tanto avanzar haciendo autopistas para que nos metan por el adoquín.
Gracias a Dios por un día no llovió en Bélgica. No hacía calor. Pero no llovía. Eso sí, el polvo se te metía por todas partes. El bidón lo llevaba llenito. Y el trago de agua era un trago de barro. Todo me temblaba. Cuando salía de los tramos los brazos me seguían temblando. Tuve suerte en los primeros tramos, cogí la rueda a un noruego que tenía pinta de haber bajado de un barco vikingo hacía dos minutos.
Yo iba detrás del noruego. Hasta cuando se iba por la tierra. Y rezaba para que no se cayera. Encima la gente estaba por todos lados y hacían mucho ruido. Alguien me gritaba. Pero no sé quién era. El noruego se cayó. Y yo con él. Le pedí perdón. Nos levantamos y el público nos empujó.
No se rompió nada. Aquí no. En el último tramo la cadena se me salió. Yo tosía y tosía. Cuanto polvo, por Dios. Al menos no ha llovido. Eché un trago de barro. Ha pasado otro día. A ver si mañana no llueve.
Me desperté entre sudores. Extrañamente, tenía tierra por todos lados.
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