A la hora de la siesta el mundo del madrugador veraniego inicia un descenso hacia el sueño, pero como se puede no echar la siesta se pueden buscar nuevas aventuras. Yo decidí ir al aeropuerto. No tenía nada que hacer allí, pero así me daba una vuelta y veía toda esa gente de vacaciones. Y me reía un poco de ellos, porque yo no llevaba maleta.
El aeropuerto está lleno de chinos. Y de perros. La gente va con sus perros a recoger a sus parientes o seres queridos. Digo o porque no suelen ser las dos cosas. O vas a recoger a un pariente o a alguien a quien quieres, las dos cosas a la vez no suele pasar. El caso es que los perros circulan por allí como Pedro por su casa. Pisé dos y me mordieron y me fui renegando.
Entonces me encontré con los chinos. Había un montón. No sería de extrañar en un vuelo a Pekín, Shangai o cualquier otra ciudad del Imperio de la Gran Muralla y los Todo a 100. Pero los vuelos venían de Frankfurt y de Santiago de Compostela. ¿Se han hecho los chinos peregrinos? ¿O hay una colonia gigantesca de chinos en Frankfurt que quieren conocer nuestro país?
Me fui a casa contento, porque en el aeropuerto no hace calor y porque se pasa muy bien viendo a la gente. Aunque sean chinos.
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