No hay que pedir perdón. Por hacer tu trabajo no se pide perdón. Tampoco hay que mentir. O saber mentir. Eso íbamos hablando en la parte de atrás. No muy encendidos. No muy cabreados. Me había dormido con una sensación de frío, rara porque ya nadie recuerda lo que es el frío. Y estábamos allí hablando de lo que había pasado.
En realidad había algo de justicia en todo eso. Pero no entendíamos que pidiera disculpas. Ni que antes hubiera mentido. Y que hubiera mentido tan mal. Porque mira que mintió mal. Tampoco entendemos los pitos. De hecho a todos los que pitan yo les daba de patadas. Por dos motivos.
Y puestos a no entender tampoco entendíamos cómo es esto de llegar a un kilómetro y que te pillen. Y que un tío esté tirando tres kilómetros el solo, empeñado, sin ayuda, para hacerlo y para ponérselo en bandeja a otro. Y a ese, que toda su vida ha sido así, así de idiota, no le pitan. Hay que joderse.
Luego la gente se extraña de que me levante de mala leche.
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