Hay cierta cualidad
en las grandes historias que las hace separarse de los géneros y que
obliga a mirarlas con atención, pues se encuentra en ellas mucho más
de lo que parece. Las grandes comedias pueden esconder enormes dramas
empequeñecidos, y las historias de amor pueden encontrarse
escondidas detrás del terror o de la acción.
Hitchcock, conocido
por hacer películas de suspense, de misterio, incluso con toques de
terror, esconde mucho más de lo que parece en algunas de sus
películas. El cuidado sentido cinematográfico del director ayuda a
que todas sus obras puedan transformarse en algún momento, y de ser
películas simples, de una sola cara, pasan a ser historias
complejas.
Vértigo es una de
sus obras más celebradas. La historia de un policía que tiene que
dejar el cuerpo por su miedo a las alturas y al que un compañero de
la universidad reclama como detective, esconde realmente una gran
historia de amor.
Desde el primer
plano de Kim Novak la cámara parece iluminarse y la expresión de
Jim Stewart nos dice que él ya está enamorado de ella. Después
viene el entramado psicológico y misterioso de la película. La
búsqueda del por qué, de la relación entre esa muerta a la que
tanto se parece y la propia Kim Novak.
Pero lo importante
es la historia de amor, incluso cuando Stewart encuentra por la calle
a la chica que se le parece e intenta, en un alarde de locura y
obsesión, hacerla igual a la mujer que ha perdido, se percibe la
intensidad de ese amor que queda refrendada en el momento en el que
ella, vestida igual y con el mismo peinado se aparece ante él
nuevamente.
El desenlace, que
lleva a Stewart a repetir por dos veces su destino, a contemplar por
dos veces su mala suerte, podría también ser el de una gran
historia de amor. Una de esas historias de amor que siempre se
recuerdan, que son inmortales y que está inscrita en un juego de
misterio y obsesiones, de psicología y suspense que Hitchcock maneja
para jugar con nuestras expectativas y con el destino de Stewart.
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