Cuando las historias
se hacen rutinarias, se busca otra forma de contarlas para que sigan
siendo atractivas, para que sigan gustando, o para que lleguen a la
gente. Se busca un punto de vista diferente o se le añaden detalles
distintos o llamativos para esas historias al final sean consumidas,
pese a ser las mismas de siempre.
Eso pasa con la
historia de Cincuenta Sombras de Grey. Una historia de amor, de
enamoramiento, en el que dos personas sienten ese amor romántico por
el que muchos suspiran. Una clásica historia de chico conoce chica.
Es el desarrollo de esa historia y en la culminación sexual de la
misma donde hay diferencias.
Normalmente las
historias de amor que se cuentan acaban antes de llegar al
dormitorio. No sabemos cómo serían las relaciones que mantendrían
las grandes parejas de la historia, pues nadie las ha contado, pero
no entrábamos en su dormitorio. A algunas, como a Tom Hanks y Meg
Ryan ni siquiera las veíamos darse un beso en Algo para recordar,
una de las películas amorosas más famosas de las últimas décadas.
Esta historia de
amor cuenta lo que pasa dentro del dormitorio, algo que, por lo demás
puede tener mayor o menor interés para el espectador o lector, pero
que es en el fondo una añadidura, como esas trabas que se ponen
otras ficciones para que la pareja acabe junta, como lo es la clase
social en el Diario de Noa, o la fama en Notting Hill.
Añadiduras,
adornos, lacitos de envoltorio para hacer más deseable un producto
que es siempre el mismo y que cuenta lo mismo. Una historia que acaba
siendo una promesa o un modelo. La de un amor que no mate.
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