El clasicismo pasó
de moda de forma casi inmediata. Estábamos en el siglo XIX y los
temas y los estilos del gran clasicismo, en casi todas las artes,
quedaron barridos del arte. El neoclasicismo los había devuelto de
una manera dogmática y la libertad del XIX con el romanticismo y la
preocupación social que vino después, barrió del arte para siempre
los grandes temas, sobre todo pictóricos.
Los temas
mitológicos, los temas religiosos, el retrato, pasaron de moda o se
reconvirtieron tan brutalmente, que casi nada quedó de ellos en lo
posterior, que olvidó la pintura representativa y que avanzó en la
abstracción y la interpretación del mundo más que en su
representación.
En la Fundación
Mapfre proponen hasta el 3 de mayo una exposición que habla sobre
ese final de la pintura clásica. De ahí que la hayan llamado El
Canto del Cisne, es decir, la última y tal vez más preciosista
muestra de ese arte que durante tantos años llenó y llenó los
cuadros de los más grandes de todas las épocas y los lugares, de
Velázquez a Rubens, de Vermeer a Durero.
Cuadros cedidos por
el Museo D'orsay, muestran el mundo tal cual lo soñaron los
clásicos. Ninfas, dioses, cuadros religiosos, momentos gloriosos
inmortalizados, todo eso podremos encontrar en el Museo que la
fundación tiene en Recoletos.
Un mundo que casi se
cerró en la época por imaginado y visto por aquellos que lo
cerraron, que lo acabaron y que lo hicieron con toda la fuerza,
expresividad y vitalidad. Podemos ver así cómo acabó un mundo, una
forma de expresarse, toda una forma cultural que así acabó.
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