Cuando murió su marido, el también escritor Percy Byshhe Shelley, Mary Shelley, pidió que le extirparan el corazón y se lo dieran para llevarlo siempre con ella. Esta escabrosa petición encaja perfectamente con el matrimonio que ambos formaban, así como con el espíritu romántico de la época que ambos compartieron.
Los Shelley fueron una pareja de novela, no sólo por su ocupación, sino por su amor, que pretendió vivir más allá de la muerte los amantes. Ni siquiera esa muerte, como si de uno de esas novelas románticas tan gusto del época, pudo separar sus corazones.
En ese mismo paradigma romántico encaja la producción artística de la autora. Novelas que son románticas hasta convertirse en auténticos modelos del estilo enmarcan su producción. Cerca del gótico o de la novela de terror, como Bram Stoker, su producción cuenta con un hito máximo, Frankenstein.
Concebido como un nuevo Prometeo, como un resurgir del ser humano, sin necesidad de la participación de la naturaleza, y por supuesto de un modo ajeno a todo Dios pensado o existente, el doctor Frankenstein crea a un hombre a partir de los deshechos de otro y haciéndolo demuestra que es capaz de crear vida y también que la ciencia está rodeada de peligros.
Cientos de versiones han utilizado a Frankenstein de diversos modos, recreando al personaje y amputándole su carácter primigenio de denuncia del peligro que corre el hombre si se cree Dios.
Tal vez Mary le quitó el corazón a su marido pensando que un día podría recrear al hombre de Frankenstein, podría recrear a su perdido marido y devolverlo a la vida que debió vivir junto a ella.
El resto de su vida fue una lucha por sobrevivir y publicar, aunque murió en la indigencia, donde sólo el corazón de su marido la acompañaba, como una reliquia de un dios perdido, como un recordatorio de la felicidad que tuvo, como una macabra prenda de amor de un poeta que era todo corazón y que nunca más sería otra cosa.
Los Shelley fueron una pareja de novela, no sólo por su ocupación, sino por su amor, que pretendió vivir más allá de la muerte los amantes. Ni siquiera esa muerte, como si de uno de esas novelas románticas tan gusto del época, pudo separar sus corazones.
En ese mismo paradigma romántico encaja la producción artística de la autora. Novelas que son románticas hasta convertirse en auténticos modelos del estilo enmarcan su producción. Cerca del gótico o de la novela de terror, como Bram Stoker, su producción cuenta con un hito máximo, Frankenstein.
Concebido como un nuevo Prometeo, como un resurgir del ser humano, sin necesidad de la participación de la naturaleza, y por supuesto de un modo ajeno a todo Dios pensado o existente, el doctor Frankenstein crea a un hombre a partir de los deshechos de otro y haciéndolo demuestra que es capaz de crear vida y también que la ciencia está rodeada de peligros.
Cientos de versiones han utilizado a Frankenstein de diversos modos, recreando al personaje y amputándole su carácter primigenio de denuncia del peligro que corre el hombre si se cree Dios.
Tal vez Mary le quitó el corazón a su marido pensando que un día podría recrear al hombre de Frankenstein, podría recrear a su perdido marido y devolverlo a la vida que debió vivir junto a ella.
El resto de su vida fue una lucha por sobrevivir y publicar, aunque murió en la indigencia, donde sólo el corazón de su marido la acompañaba, como una reliquia de un dios perdido, como un recordatorio de la felicidad que tuvo, como una macabra prenda de amor de un poeta que era todo corazón y que nunca más sería otra cosa.
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