La ambición por el
poder es un tema básico en la cultura humana. Incluso en los
períodos más turbios e inestables el ser humano tiene la ambición
de gobernar, de detentar el poder y hasta hacer ostentación de él.
Períodos de guerra, de luchas, de peligro para los gobernantes no
han frenado nunca a nadie en sus ambiciones.
Muchas de las
grandes obras de Shakespeare tratan de esa ambición por el poder, de
los recursos, dentro o fuera de ley y de la moral para conseguirlo y
de cómo perpetuarse en él. Como en el juego de las sillas, estar
listo para sentarte antes que tu adversario, y hacer lo posible para
que este fallé, es fundamental.
El rey Lear, Julio
César o el mismo Hamlet hablan de esa ambición por el poder y de
aquello que los ambiciosos están dispuestos a realizar con tal de
poder llegar a gobernar. Matar a la familia incluido.
Asistimos en la
actualidad a juegos semejantes, a representaciones diarias,
actualizadas y políticas de las obras Shakesperianas. Diversos
partidos políticos tienen luchas intestinas que amenazan con
hacerlos desaparecer. Partidos con promesas de tal vez llegar a
gobernar. Partidas con promesas de tal vez ser importante en una
posible alianza. Castillos en el aire.
Pero la condición
humana, ambiciosa, con ganas de mandar, de tener razón de ser el
importante, el único, tira de los hombres hasta querer deshacerse de
los suyos, de sus compañeros, de aquellos que tienen las mismas
ideas y han compartido las mismas luchas.
Como a Lear o a
Bruto o a Claudio, el poder les ciega, y les lleva a apuñalar,
mentir, engañar, envenenar, a conseguir su objetivo sin pensar en si
es bueno o necesario o ético o perverso. Y los perídoicos día a
día se llenan de tragedias propias del bardo inglés, tragedias
actuales, que se dan a cada momento, desde antes que Shakespeare las
escribiera y mucho mucho después de que lo hiciera.
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