Entre los autores
literarios hay todo tipo de adicciones. El alcohol ha podido con
muchos, como Poe, y los ha llevado más allá del delirium tremens,
sacando sus peores monstruos y llevándolos a ser algo menos que
humanos. Otros han tenido en las drogas su problema, desde el opio
hasta las más modernas, llevados por las visiones alucinógenas han
creído encontrar un mundo nuevo. Pero ninguna de esas adicciones es
tan extraña como la de Martin Amis.
Considerado un niño
prodigio de la literatura desde que publicara El libro de Rachel en
1973, Amis ha coleccionado grandes obras en su haber como Dinero,
Niños Salvajes o Campos de Londres. Pero a mediados de los 80 una
obra autobiográfica contaba una realidad de su persona que se había
convertido en adicción: los videojuegos.
En los 80 los
videojuegos se distinguían por sus pobres gráficos y por estar
presentes en salones recreativos o bares. Había que echar monedas
para jugar y te enfrentabas siempre a una máquina que te daba la
oportunidad de seguir jugando por una moneda más cuando aparecía el
famoso Game Over en la pantalla.
Pues a esos
videojuegos de los 70 y los 80, Invasores del espacio, Galaga, Ghost
and Goblins o Golden Axe era adicto Amis, que mientras escribía
Dinero, una de sus grandes obras, se pasaba los días echando monedas
en los recreativos, intentando vencer a la máquina, llegar al
monstruo final y acabar con él.
La editorial Malpaso
recupera esta rareza dentro de la producción de Amis y de la
literatura mundial, donde el autor confiesa su adicción a las
máquinas y su lucha contra los malos de los videojuegos. Una lucha
mucho mayor que la que ha tenido con sus novelas, y que puede
asemejarse a la que mantiene desde hace años con los críticos, a
los que para su desgracia, no puede vencer echando más y más
monedas.
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