Hace unos meses una noticia saltaba a primera plana y estaba ahí durante unas horas. Un hombre había entrado en un bar y había tomado como rehén a algunas personas. Una mujer le había roto el corazón, le había engañado y se había llevado parte del dinero. Y él estaba allí ahora, como un tonto, intentando hacer algo para quitarse esa pena.
El amor, visto con perspectiva, es un arma con un enorme poder de destrucción. Evidentemente también de creación, pero a casi nadie le interesan las historias de amor de los demás, con esa felicidad silenciosa en que viven. O que al menos era silenciosa hasta la proliferación de facebook, instagram y esas cosas.
Totino Carotone lo vio hace muchos años y por eso cantaba aquello de “me cago en el amor”. Escribió un himno en contra del amor y de sus tópicos, un himno descreído contra el sentimiento que deshace y destruye y que sirve, en el fondo, para ensalzar el sentimiento amoroso.
La capacidad destructiva del amor tuvo su gran expresión durante el romanticismo, cuando las historias de amores imposibles, mejores historias cuanto más imposibles, llenaban las páginas de las obras de teatro y de las novelas.
Incluso en la vida real tenía repercusión ese amor devastador y destructor. Larra, agudo y esforzado en sus razonamientos, fue incapaz de soportar el desamor y, en un arrebato típico de la época, acabó con su propia vida, sin pensar si tras el amor, detrás de él hay más o no.
Millones de historias sobre amores desgraciados, que han acabado con la vida de los que los padecieron, hombres y mujeres, tiernos o duros, modernos o antiguos, llenan las creaciones culturales. ¿Son un reflejo de la realidad o son los creadores de una realidad?
El amor, visto con perspectiva, es un arma con un enorme poder de destrucción. Evidentemente también de creación, pero a casi nadie le interesan las historias de amor de los demás, con esa felicidad silenciosa en que viven. O que al menos era silenciosa hasta la proliferación de facebook, instagram y esas cosas.
Totino Carotone lo vio hace muchos años y por eso cantaba aquello de “me cago en el amor”. Escribió un himno en contra del amor y de sus tópicos, un himno descreído contra el sentimiento que deshace y destruye y que sirve, en el fondo, para ensalzar el sentimiento amoroso.
La capacidad destructiva del amor tuvo su gran expresión durante el romanticismo, cuando las historias de amores imposibles, mejores historias cuanto más imposibles, llenaban las páginas de las obras de teatro y de las novelas.
Incluso en la vida real tenía repercusión ese amor devastador y destructor. Larra, agudo y esforzado en sus razonamientos, fue incapaz de soportar el desamor y, en un arrebato típico de la época, acabó con su propia vida, sin pensar si tras el amor, detrás de él hay más o no.
Millones de historias sobre amores desgraciados, que han acabado con la vida de los que los padecieron, hombres y mujeres, tiernos o duros, modernos o antiguos, llenan las creaciones culturales. ¿Son un reflejo de la realidad o son los creadores de una realidad?
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