En un largo viaje por mar un hombre naufraga y se encuentra solo en una isla. Ese hecho que parece anecdótico, el inicio de una simple novela de aventuras, tiene mucho más que contar de lo que parece. No es sólo el sobrevivir en unas condiciones adversas, sino que es encontrar la parte salvaje de uno mismo.
Robinson Crusoe, la obre de Defoe, cuenta la historia de ese naufrago que se queda atrapado en una isla y que lucha por sobrevivir. En un territorio hostil para un hombre de clase alta de la época, llevar a cabo la proeza de poder vivir con cierta comodidad en el territorio virgen de la isla es una proeza.
Pero la mayor proeza de Crusoe es no volverse loco. La soledad que atenaza al hombre, sobretodo cuando ha estado viviendo entre otros hombres, cuando está acostumbrado a pertenecer a un grupo o una comunidad, es la mayor tarea del naufrago.
No volverse loco, no perder la razón o dejarse llevar por la parte animal, llevar un diario y realizar otras tareas propias de un hombre ilustrado, es el gran éxito. En otro gran clásico de la novela de aventuras, La isla del tesoro, encontramos el caso de un hombre que sí pierda la razón al ser abandonado en una isla, lo mismo que pasaría a la mayoría de los hombres.
El aislamiento, la unicidad, la soledad, son grandes problemas del hombre, que inventa e inventa medios para acercarse a los demás, pero que siempre está preso de la gran distancia que le separa de los otros, de sus semejantes pero rivales, de los que son hombres como él, y no pueden vivir sin él, pero que le mantienen a distancia.
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