El mito cristiano de
la creación, con un paraíso creado por Dios en el que el hombre
convivía como otra de las creaciones de Dios, como la creación
especial de Dios, ha motivado muchas interpretaciones, desde los que
la creen a pies juntillas, hasta los que han aprovechado para recrear
el mito bíblico con su propio estilo.
En ese sentido Mark
Twain creó su Diario de Adán y Eva. Poniendo voz a los personajes
principales del mito de la creación, Twain, con su ironía, sobre
todo en el personaje de Adán, establece una mirada primitiva e
ingenua sobre el mundo recién creado.
Como si dos
científicos fueran, Adán y Eva comprueban cómo es el mundo y
tratan de proponer leyes universales de comportamiento de la
naturaleza, sin saber que, para ellos, las reglas son diferentes, que
cuando se produzca el cataclismo del árbol del bien y del mal, las
reglas cambiarán y existirá la muerte y variarán los paisajes, y
todo será diferente.
Pero si hay algo que
se eleva por encima de todo en el libro de Twain es la historia de
amor entre Adán y Eva, la primera historia de amor de la historia.
Con una sensación de destino que los une y que no los puede separar,
de amor necesario y único, de amor que es impensable que no se
produzca, los enamorados se unen con una felicidad, ingenuidad y amor
propios sólo del primer amor, de ese amor que es más adolescente
que todos los demás que exisitirán.
Y para ello Twain se
basó en la historia de amor con su mujer, un amor que duró más de
30 años y que terminó con la muerte de su esposa, a la que de
cierta forma dedica este libro. Porque como dice el propio Adán
“dónde quiera que ella estuviera, allí estaba el Edén”. Unas
palabras que Twain dedicó a su propia Eva, a su propia y primigenia
historia de amor.
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