Juntar a gran parte de la gran sociedad
parisina en un auditorio, con sus hombres de ideas avanzadas y
cosmopolitas y sus hombres de ideas conservadoras y clásicas, a
escuchar un cuadro de la Rusia pagana tiene mucho riesgo. Las sillas
acabaron volando, después de que lo hicieran los reproches, los
insultos y los puños.
Coco Chanel, Picasso o Cocteau estaban
entre ese público que había ido a apoyar a su amigo Igor
Stravinski. El autor ruso ya había estrenado otras obras antes, pero
eran obras menos arriesgadas. Petruska y El Pájaro de
fuego fueron grandes éxitos. Ahora Stravinski pensaba apostar
fuerte por una creación más arriesgada.
Con una música que huye del formulismo
clásico, sin una melodía que pueda seguirse, con muchos cambios de
registros y hasta de afinación en algunos instrumentos, con los
vientos soplando fuerte, la música va desatando las iras del
público. Pero es sobre todo la coreografía lo que está provocando
los altercados en la sala.
Antes del intermedio ya ha habido
algunos problemas. La música apenas se oye entre aplausos, gritos,
pataleos y silbidos. Tras el intermedio las sillas vuelan, alguna
dama abofetea a los caballeros que aplauden y muestran su conformidad
con lo visto en el escenario. La obra llega hasta el final de una
forma milagrosa.
¿Y qué se estaba viendo? Como el
propio nombre indica, se oyen cuadros de la Rusia pagana. Una joven
va a ser sacrificada para que llegue la primavera. Se representan en
escena danzas alocadas, ligeras de ropa, danzas que incluyen el
sufrimiento y el sacrificio de la joven. Desnudez, paganismo, locura.
Todo eso es La Consagración de la Primavera. Eso escandalizó
tanto al público más avanzado de comienzos del siglo XX.
Ha quedado como uno de los grandes
momentos de la música. La obra, ahora reconocida como un clásico,
trasciende su mera significación de entretenimiento, de arte, para
ir más allá, para golpear en la moral de los asistentes. Con su
configuración arrítmica, su falta de melodía, sus explosiones
sonoras, la obra cambia los fundamentos de la música clásica hasta
la época. Y se convierte, aún hoy, en un imprescindible de la
música moderna.
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