Hay novelas que tienen un gran
prestigio, pero que no ha leído nadie nunca. Son novelas cuyos
títulos y cuyos rasgos principales todos conocen. De ellas se saben
incluso episodios concretos. Pero no han sido leídas por nadie. Y
además, o tal vez por eso, son consideradas como grandes novelas.
Auténticas obras maestras.
No son leídas y no se puede comprobar
que son lo que se dice de ellas. Pero el tópico cultural dice que lo
son y por tanto han de serlo. El tópico dice también que han sido
muy imitadas, que los escritores sí las han leído y las siguen y
las copian.
Y mientras tanto las novelas siguen
ahí, inmaculadas, sin que nadie las lea, sin que nadie las critique,
porque nadie las conoce. En busca del tiempo perdido y su
magdalena que evoca el tiempo que se ha ido. Ulises y su
monólogo interior que no finaliza. Incluso El ruido y la furia
de Faulkner o Pedro Páramo de Rulfo.Obras que se citan y que
no se leen. Que se tienen por obras maestras con total respeto sin
que se conozcan las razones reales para que lo sean.
Esta tendencia se repite. Y autores que
suenan, cuyos nombres se conocen y se citan, se tienen por grandes,
sin que tengan tanto público como se piensa. Tantos lectores como
creen que merecen. Autores que se citan para demostrar qué se
conoce, para demostrar que se está en la onda, para dar a conocer
que se es un intelectual consciente y a la moda.
El valor real de esos autores se
desconoce. Y tal vez la historia de la literatura los borre. O los
convierta en marginales. Pero mientras, la élite cultural, las
convierte en obras de referencia, en obras citadas y renombradas,
obras compradas y paseadas, pero obras que no se leen. Aunque muchas
estén en esas listas de novelas que todos leen. Que todos compran.
De las mejores novelas del siglo que se fue. O de este que aún no
tiene los años suficientes.
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