Yo respiraba despacio, silenciosamente,
lejos de tu oreja, los ojos abiertos. No podía dormir contigo al
lado. Tú no podías dormir si yo te inspiraba el aire cerca de la
oreja, así que giraba la cabeza y miraba las sombras y las luces que
la calle proyectaba en aquella habitación pequeña. Tú respirabas
más ruidosamente. Cuando estabas a punto de dormirte, hacías gestos
involuntarios con las manos y con los pies. Era un ligero temblor. Un
espasmo involuntario. Yo sonreía y te pasaba otra vez la yema de los
dedos por el costado.
Escribía palabras sobre tu cuerpo.
Pero tú no sabías que yo escribía palabras sobre tu cuerpo. La
yema de mis dedos hacía la forma de las letras en la suavidad
imposible de tu piel. A veces tus labios húmedos me premiaban con un
beso en las muñecas. No sabías que estaba escribiendo todas
aquellas palabras sobre ti. Pero me dabas ese beso. Entonces yo
perdía el hilo y sólo dibujaba espirales sobre tu costado, sobre tu
espalda, sobre tu vientre.
A veces yo tosía tu pelo. Escribí
infinitamente tu nombre en tu espalda. A veces tu nombre completo,
con nombres y apellidos. Otras veces escribí las palabras susurradas
que tú ibas diciéndome. Otras simplemente puse allí palabras, sin
mucho orden: ojos, espalda, suave, mañana, no.
Escribí encima de ti montones de
páginas. Nadie podía leerlas. No había tinta. Escribía una y otra
vez sobre el mismo trozo de tu cuerpo. A veces, por comprobar que
todo en ti era igual, escribía en tu brazo, en tu vientre. Escribía
“siempre”. Y escribía “nunca”. Escribía la historia de los
días que nos habían llevado hasta allí. Escribía los días que
nos quedaban por venir.
Escribí sobre ti la historia de los
veinte días que faltaban. La historia de los días que podrían
venir. Escribí sobre ti palabras de no amor y palabras amorosas que
nunca habría dicho en voz alta. Escribí con mi dedo sobre tu piel
el cuento que te hacía dormir. Antes de que escribiera “vivieron
felices y comieron perdices”, tú ya estabas dormida.
Escribí cosas que después fueron
verdad y cosas que nunca llegarían a pasar, cosas que inventé para
tu piel, para que ella las supiera sin que yo tuviera que decirlas,
sin que tú tuvieras que oírlas. Escribí mentiras y verdades que
luego tú borrabas en la ducha. Cosas que podrían haber sido pero no
fueron porque las borraste frotando gel sobre tu vientre y tu
espalda, sobre tus costados y tus brazos.
Escribí mientras miraba el juego de
luces y sombras de aquella habitación pequeña las palabras mejores
que pude escribir. Tú las borraste. El agua se las llevó. Todo se
olvidaba al instante. Yo abría los ojos. Miraba la luz. Sonreía las
palabras que iba dibujando con la yema de mis dedos.
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