Es sentir las ganas de contarlo todo.
De verlo todo. Pero no de vivirlo. De inventar todo un mundo. De
escribir y escribir palabras y palabras. Producir continuamente. Sin
importar si es bueno o malo. Sólo decir y decir cosas y cosas, todo
el rato, hablando, engañar, crear mentiras que contar. O no
mentiras. Opinar sobre temas peregrinos. Sin que nadie lo pida. Por
el simple hecho de ver la letra escrita.
Una manía como otra cualquiera. Como
la ludopatía que no consiste en en el juego normal de intentar
ganar, sino en el placer de jugar por jugar. En la emoción, en las
hormanas que suben mientras estás jugando, sin importar el
resultado. Así también con las letras, con la escritura. Sin
importar lo que se diga. Y en ciertos momento sin importar cómo se
diga. Sólo decir y decir.
El placer está en pensar qué se va a
escribir, en experimentar la angustia de no saber qué se va a decir.
Enfrentarse a la posibilidad de no poder escribir, de no ser capaz de
rellenar una hoja en blanco con unas cuantas palabras sobre cualquier
tema. Como un vicio cualquiera. Una y otra vez. Sin importar el
resultado. Por la emoción esa de ser capaz de hacerlo. Por el
subidón de intentarlo.
Y luego llega el bajón. La lectura.
Qué mal está hecho todo. Qué malo soy. Soy puro fracaso. Maldito
fracaso que no me abandona. Palabras repetidas una y otra vez, como
si no hubiera otra, como si todo fuera ya pura mecánica en la
escritura, puras vueltas a la misma plaza, al mismo camino, como un
obsesivo compulsivo, sin pisar las líneas de las baldosas, sin pisar
las palabras nuevas.
El fracaso que no se va. El subidón de
un nuevo tema. De no vivir si no es cosas que luego pueden ser
escritas. Vivir sólo para mirar, para encontrar cosas que escribir.
No querer a nadie, sólo querer las palabras de amor porque son
hermosas. Y por eso rodearse de gente a la que se podría amar. A la
que se podrían escribir esas palabras.
Escribir hasta la nada. Escribirlo
todo. Escribir la vida que no se vive, porque la única que se vive
no podría ser contada: una búsqueda estúpida de palabras para
todo, una producción continua de palabras para nada. Y llegar a la
nada. Más allá del mundo. Allí dónde los adictos llegan y se
quedan.
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