La mayor parte del tiempo soy como un
televisor en Stand By. Entonces me encienden. Y soy lo que tengo que
ser. Un amigo divertido. Un taxista experto. Un filósofo de la
felicidad. Un agnóstico que se convierte. Un amante efectivo. Un
quitapenas de los de verdad. Un monologuista de primera.
Puedo estar encendido todo el tiempo
necesario. No necesito baterías. Ni mucho mantenimiento. Una ducha
diaria. Un poco de sueño. Y ya estoy otra vez listo para ser lo que
sea necesario que sea. No voy a decir que soy una máquina perfecta
(soy un tipo humilde pese a todo, pese a todas esas cosas que hago y
que digo), pero rara vez fallo.
Cumplo deseos. No como un genio de
botella. Lo mío son los deseos cotidianos. El menudeo. No doy más
que ratos de felicidad y de calma. Ratos de consuelo. Ratos de placer
(esto a mí es lo que más increíble me parece). Normalmente se me
convoca por un mensaje al teléfono. Por una llamada también.
Tú sabes bien cómo funciono. Sabes
cuántas veces he mitigado tu infelicidad. Sabes cuántas veces te he
hecho sonreír. Cuántas te has sentido investido de la razón a mi
lado. Cuántas te has sentido inteligente después de que yo te
pidiera que me explicaras algo. Sabes cuántas veces te he estado
escuchando, el mismo discurso, repetido y repetido.
Acepto lo que me toca. No suelen
convocarme a la felicidad. Pero se me da bien quitarte la tristeza.
Soy bueno buscando tus puntos fuertes y ocultando tus defectos.
Cuando me lo pides, te enseño el lado malo de las cosas, y lo lejos
que estás de él. Sé bien cuando eres feliz. Es fácil deducirlo.
Yo no estoy cerca.
Y paso el resto del tiempo en stand by.
Esperando a ser necesario. Trabajando en el futuro de tu sonrisa.
Recibiendo encargos de muchos. Sembrado, sin alardear de ello, la
felicidad de los que me encienden.
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