Un héroe solitario. Esa una de las
grandes premisas del Western. Un hombre que se enfrenta a los
malvados, sin dejar de ser él uno de esos malvados. Un héroe
solitario, que habla poco, chupa una pajita o un palillo o un
cigarrillo y que establece un vínculo afectivo que será el que
finalmente le haga actuar.
Hemos visto ese esquema en muchísimos
Westerns. Coincide en parte la genial Sólo ante el peligro,
pero son, sobre todo, las películas del Oeste de Clint Eastwood las
que más explotan este esquema. El jinete pálido tal vez la
más clara. Pero también otras, como El más valiente entre mil,
de Charlton Heston, cumple con el tópico. Lucky Luke es ese héroe
también.
En Drive Ryan Gosling es ese
mismo personaje. Un personaje que ni siquiera tiene nombre. Que
siempre tiene su palillo en la boca. Que es un solitario. Que
establece un gran vínculo afectivo con su vecina y el hijo de esta.
Que resuelve sus conflictos con violencia. Que es capaz de jugarse la
vida por ese vínculo afectivo y sale no indemne, pero sí
triunfador.
Drive es una película
sorprendente. Por sus imágenes cautivadoras, como la escena del
ascensor, donde se junta toda la ternura y la violencia de ese héroe.
O el momento en que, martillo en mano, el héroe se enfrenta al
primero de los malvados. Su impactante banda sonora.
Pero lo mejor de la película es su
héroe. Un clásico héroe americano, silencioso, solitario, que va
de ciudad en ciudad intentado ganarse la vida y llenándose sin
querer de sentimientos que le llevan a la violencia.
Y como Lucky Luke abandona la ciudad
con una puesta de sol, sabiendo que la gente queda a salvo después
de su marcha hasta otra puesta de sol, con su palillo en la boca, a
poor lonesome cowboy.
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