Llovió tanto ese invierno que entre tus piernas salió un arco iris, yo metía la cabeza entre ellas y veía un nudo de colores que giraba y giraba. Cerraba fuerte los ojos y todo era agua que caía, agua que corría y que no había forma de dejar correr. Una primavera de sueños nació poco a poco entre tus piernas.
Tus pasos ganaron en la primavera. Abandonaste las botas que te protegieron del invierno. Yo siempre voy en zapatillas, por eso me escurría en el agua que se escapaba del cielo y de todas partes. Resbalaba y me agarraba a los arco iris que tú ibas formando. Tú ganaste la primavera a las flores y los colores, tú los hacías mucho mejor.
Los días sin lluvia el sol salía triste, no era capaz de rebotar en la lluvia y formar un arco de colores. Tus piernas se cerraban para mí y yo rezaba al dios de la lluvia, yo creaba al dios de la lluvia para que me concediera agua y arco iris. Los dioses nunca me van a ser propicios. Sólo cuando tu rezabas había arco iris entre mis orejas.
El verano secó mis razones. Semanas y semanas de sequía entre tus piernas, en el cielo. Eran impensables los paraguas y yo hervía mi deseo en un agua que se evaporaba. El verano dobló el arco iris que había salido entre tus piernas. Todo era un mundo en blanco y negro, un mundo sin colores.
Poco a poco tus piernas se alejaron. No hubo más arco iris para mí, para mis orejas. Yo seguía rezando al dios de la lluvia que no me hacía caso, a un dios de colores y agua que no hace caso. El mundo con sol es blanco y negro.
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