Ser fotógrafo es compartir tus ojos.
Sólo yo veo lo que yo veo. Nadie más puede ver con mis ojos, a
través de ellos. Nadie más puede ver que de repente, hay una luz
pequeña que se ilumina y que todo cambia porque yo estoy donde estoy
y estoy mirando hacia ella. Mis fotografías dejan ver por un
instante lo que yo estoy viendo siempre. Ofrecen a los demás ese
momento.
No es la playa lo que yo fotografío,
sino mi visión de la playa, lo que yo veo en ella. El niño en
sombra peleando su castillo contra el mar inmenso. La nube que se
aparta un poco y deja ver un rayo de sol que incide iluminando una
ventana en ese edificio tan viejo. La luz que golpea unas gotas de
agua y hace ver un arco iris que empieza justo donde debe estar tu
casa (esa foto que a ti te gusta tanto, que está puesta en tu
estantería, junto a los libros que más te gustan).
Cuando ellos miran mis fotos y dicen:
“¡Qué bonito!” “Me gusta mucho” no se lo están diciendo a
mis fotos, se lo están diciendo a mis ojos. Sí, hay una técnica
detrás. Y sí, también hay una historia detrás (esperar al momento
justo en que todas esas luces se iluminan y volver a intentarlo tres
veces porque la primera vez no ha salido bien y la segunda no me
convence del todo). Pero es mi mirada lo que alaban.
Ser fotógrafo es compartir los ojos,
hacer que ellos vean, por un segundo, lo que yo veo durante todo el
tiempo. Por eso, cuando son las fotos que yo te he hecho las que ven
y dicen “¡Qué hermosa!” sé que lo que está sucediendo es,
sobre todo, un enorme acto de justicia.
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