Juan y Elena se ven casi todos los
días. Hablan continuamente. Ella le escucha hablar de su trabajo. De
su vida. De sus cosas. A ella le gusta escucharle. No dice nada
interesante. No puede recordar una frase. No puede recordar las
palabras que usa. Pero le gusta escucharle. El tiempo se pasa más
lento.
Juan escucha poco a Elena. Juan escucha
poco. Es un hombre decidido. Y esos hombres hablan más de lo que
escuchan. Para Elena es cómodo. No tiene que hablar de sí misma. A
veces le gustaría. Pero no tiene que hacerlo. No tiene que
exponerse. Eso es cómodo. Así, sea como sea, Juan no le hará mucho
daño.
Elena y Miguel hablan mucho. Los dos.
Él la hace reír. Y él se ríe con ella. A Elena Miguel le parece
un tipo curioso. Con un aspecto tan serio. Tan duro. Delgado. Alto.
Con esa pinta de ciclista o de corredor de maratones. Elena pasa el
tiempo en el trabajo muy rápido. Y sabe que es gracias a Miguel.
Miguel sale a correr y a veces sonríe
pensando en sus ocurrencias. En lo que le dirá a Sonia. En lo que le
dirá a Elena. En lo que no puede decir.
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