Claro que no pensó mucho, porque claro, ella seguía convencida de que su dignidad estaba situada a la altura de sexo y que tenía que ver con las cosas que se metía o no en los diferentes agujeros de su cuerpo. Es casi imposible convencer a nadie de nada. Por eso yo nunca lo intento. Pero Sol y Luna son mucho más optimistas.
Y Germán tiene la elocuencia: La dignidad no deviene del uso que hagamos de nuestros agujeros o apéndices, sino de otra cosa, del convencimiento con el que hacemos las cosas, de la forma en que las conseguimos, de la seguridad de que hacemos lo que queremos hacer. Eso es el sexo digno. Ellas lo hacen así, por un dinero y con quién sea, pero con esas reglas.
Tú, sin embargo, prefieres situar tu dignidad en la ausencia de todo contacto, no en el buen desarrollo del deseo, en el convencimiento del acto que realizas, en darte, de una forma más bien altruista, a otro. Y tu dignidad se quedará inmaculada contigo, mientras tú te mueres de deseo y quieres y no haces.
Y Miriam siguió pensando.
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