Visitar un museo es
dar una vuelta por un aspecto que alguien ha considerado tan
importante como para que se conserve y se muestre a los demás. En
esos museos, donde se guarda parte del saber y del arte que la
humanidad ha ido produciendo y conservando durante muchos siglos, los
objetos, los cuadros o los materiales se colocan de un modo que en
muchos casos parece casual, pero que en muchos casos forma una
narración.
Un museo muestra por
ejemplo, en orden cronológico lo que sucedió con la humanidad. Y
así, recorriendo sus salas, se cuenta la historia de cómo surgió,
se estableció y fue evolucionando la humanidad. En los museos
arqueológicos, por lo tanto, la narración está clara, toda la
historia de la humanidad.
En otros museos, ese
mismo componente cronológico está presente y muestran, en evolución
temporal, cómo fueron evolucionando los aspectos. La pintura por
ejemplo, puede mostrarnos cómo los movimientos artísticos fueron
surgiendo y desapareciendo tras alcanzar su cima.
En otros son los
temas los que se asocian. La historia que se cuenta es desorganizada
como una novela moderna. Saltamos de un año a otro, de un siglo a
otro, de una narración sobre un escultor a una sobre un pintor. De
la historia de la rehabilitación de una tabla a la de la
conservación milagrosa de una imagen de la virgen.
Los museos, por lo
tanto, son más que simples lugares de visita y recorrido, cuentan
una historia, una historia que como en una novela o en una película,
tiene un principio y un final. Una narración pertinente y sensitiva,
porque además de contar esa historia, puede verse, e incluso, casi
sentir que se vivió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario