Las series de
televisión y los cómics son narraciones de estructura abierta. Las
novelas, los cuentos, las películas, tienen una estructura cerrada:
tienen un principio y un final que ya está establecido desde el
principio y todo lo que sucede desde el comienzo lleva a ese final.
Pero las series y los cómics no son iguales, tienen la capacidad de
variar, tanto a sus personajes como a sus escritores y así ir
cambiando la historia y transformando lo que en un principio iba a
ser de otra manera.
La historia de dos
hermanos que conviven y que cuidan, eventualmente, al hijo de uno de
ellos, era el punto de partida de Dos hombres y medio, pero, poco a
poco, la ficción fue evolucionando igual que fueron evolucionando
sus personajes y convirtiéndose en la historia de sus dos
protagonistas, dejando de lado al niño.
Ese “medio” del
título quedó muy pronto como personaje auxiliar. Y sin embargo los
dos personajes centrales fueron evolucionando, o más bien,
empeorando a medida que la serie iba escribiéndose. El exitoso se
mostró como un tipo despreciable en casi todas sus acciones,
interesado sólo en el placer: el sexo, el alcohol y la droga.
El perdedor fue
haciéndose cada vez más mezquino, más rastrero. Del prototipo de
padre de familia conservador y rutinario fue mutando hacia tipo
despreciable, asqueroso y sin moral en que acaba por convertirse.
Al principio, todo
parecía algo así como La extraña pareja, pero fue convirtiéndose
en dos hombres que se parecían mucho en lo esencial (deseos,
ambiciones y sobre todo ansias de placer) y que se distanciaban en la
capacidad para conseguirlo.
Y así, la ficción
varió y cambió y se convirtió en algo mejor y sobre todo en algo
novedoso, de un presupuesto ya visto pasó a algo diferente, al
paraíso de dos perdedores, uno material y el otro moral, que acaban
por mostrar lo peor de sí mismos: engaños, mentiras, estafas,
robos, adulterios,...
Y todo haciendo
comedia de esa bajeza de lo humano. Esa bajeza cotidiana que todos
practicamos.
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