El mercado del arte,
con sus subastas continuas y sus récords habitualmente batidos,
muestra un auge que no casa con la actual coyuntura económica.
Millones de dólares o de euros son gastados o invertidos por
coleccionistas privados en obras tanto contemporáneas como clásicas,
en un sentido amplio de la palabra clásico.
Por debajo de ese
mercado oficial, con sus impuestos, sus facturas y sus rastros más o
menos legales de adquisición de las obras, hay otro mercado
subterráneo, un mercado negro de obras artísticas que deberían
estar en manos conocidas, que podrían estar catalogadas y hasta
poder ser estudiadas, pero que están en manos desconocidas y
ocultas.
Ese otro mercado,
donde no se pagan impuestos y nada es legal, mueve seguramente tanto
dinero como el otro, si no más. Y comete un doble crimen, el de la
ilegalidad de las adquisiciones y el de no mostrar al mundo las obras
que seguramente merecerían serlo.
Libros, estatuas,
esculturas, pinturas, todo cabe en ese mercado de arte escondido que
nunca saldrá a la luz pues significa para sus propietarios tener
algo que nadie tiene, tocar algo que nadie puede tocar, disfrutar de
algo que nadie disfruta. Es decir, la mayor de las exclusividades.
Pero en ese otro
mercado hay algo que también puede fallar, el rastreo de las
fuentes, la identificación absoluta de las obras. En Austria se
ofrecían obras de Picasso por 300.000 euros. Eran falsas. Pero la
policía cree que el grupo que las vendía contactó con muchos
compradores a los que ahora piden que denuncien, que muestren esas
falsificaciones y admitan que fueron estafados.
Una estafa que
muestra lo frágil de ese mercado, donde nada puede ser lo que parece
y donde se pagan precios sensacionales por algo que puede no tener
ese valor. Una burbuja eterna, que parece no explotar del todo nunca,
pero que a algunos les revienta en la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario