Dos noticias con
cierta relación se entrecruzan en los diarios españoles. El país
recibió 45 millones de visitantes el año pasado. A la vez, los
recortes han traído a los principales museos españoles pérdidas
que oscilan entre el millón y los cinco millones de euros.
Más visitantes para
el país debería suponer que la industria turística, en todas sus
variantes, dentro de la cual se encuentra, sin ninguna duda, la
cultural, tendría que tener más recursos para atender y hacer que
esos turistas quieran volver y hagan por atraer hacia aquí a más
turistas. Es decir, que promocionen su viaje contando lo bien que lo
han pasado aquí.
El enorme patrimonio
español, atesorado a través de siglos de dominio sobre Europa, de
talento criado y cultivado en la gran metrópoli de una de las
potencias mundiales, pero también a través de la pertenencia al
Imperio romano o a los vestigios que muchas civilizaciones han dejado
en la Península Ibérica, atrae las miradas del mundo.
Pero si ese
patrimonio que poseemos no se ve explotado certeramente será como si
no exisitiera, como si no hubiera un Museo del Prado lleno de
Velázquez y de Rembrants o un Reina Sofía lleno de Dalís y
Picassos, o un Thyssen con Caravaggios, Rubens o Lichtensteins.
Los fondos que se
reparten a los museos son cada vez menos y menos, tanto que han
tenido que dejar de hacer grandes exposiciones y fijarse en los
fondos propios y también han tenido que ahorrar al máximo, lo que
choca en muchas ocasiones con la difusión del arte y la cultura.
Esta difusión del
arte y la cultura que sería necesaria por sí misma, que es útil
por sí misma al hombre, es necesaria también como modelo de
explotación económica, dando un plus a los ingresos del Estado y
también a los muchos turistas que visitan nuestro país, que podrían
no sólo visitar las playas y los bares, sino también los museos.
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