El grunge queda ya muy lejos. La
estética y el sonido de la música que se generaba en el noroeste de
Estados Unidos a mediados de los noventa fue poco a poco
desapareciendo. Aunque mucho de lo que fue aquel movimiento permanece
en algunos grupos que se podrían denominar modernos. O gafapastas. O
hipsters.
Con mezclas de rock, heavy, punk, folk,
pop y muchas otras cosas bandas como Nirvana o Pearl Jam construyeron
un sonido muy sucio, lleno de rabia que correspondía con el
pensamiento de la llamada generación X, a la que todo le daba igual.
Una generación de pasotas, de hombres y mujeres que no tenían ni
querían un lugar en el mundo.
Esa imagen desesperada y desnortada se
percibía en la ropa y en la actitud de los protagonistas. Ropa
grande. Vieja. Pelos sucios. Imagen de estar descuidados. Y también
cierta actitud de cansancio y depresión que no correspondía con las estrellas de
la música de otras épocas que derrochaban energía, pasión y hasta
a veces alegría.
Kurt Cobain es la encarnación perfecta
de lo que decimos. Un hombre con mucho éxito. Con mucho talento. Que
iba construyendo un sonido musical cada vez más complejo. Que
hablaba de desesperación, soleda, estupidez, alienación.
Cobain era el héroe no sólo
adolescente, sino de un movimiento que derrochaba depresión y aires
negativos, que veía sólo el dolor de vivir. Por eso a nadie extrañó
que se suicidara, que acabara con su vida. Aunque después se hayan
hecho muchas conjeturas. Aunque hay una teoría de la conspiración
sobre su muerte.
El suicido de Cobain, como el de
cualquier otro héroe romántico, era esperable, porque estaba en el
guión de un movimiento que dejó algunas buenas canciones, mucho
ruido y una sensación de tristeza de la que aún no se ha librado.
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