Las continuas malas noticias económicas (no de la macroeconomía, sino de la pequeña economía, la que dicta cuánto dinero tendrán las gentes comunes para gastar, cuánto ingresan y cuánto cuesta lo más preciso para su subsistencia) repercuten en la realidad de la cultura y del patrimonio de los países.
Una exposición muestra en fotografías la decadencia de Madrid y algunos de sus edificios cerrados y abandonados. Fábricas, cines, salas de fiesta, frontones y muchos otros muestran una realidad que cada vez recuerda más a Detroit y su fantasmal condición. Óscar Carrasco ha fotografiado esa realidad, con su profesionalidad y su gran capacidad para captar lo insólito.
Pero cualquiera que se dé un paseo por las ciudades y pueblos de este país puede observar pisos en esqueleto, construcciones terminadas pero cerradas por no poder ser mantenidas, comercios cerrados, bloques enteros que no se pueden vender e incluso edificios públicos que pierden su estatus y se quedan en nada, en puertas cerradas.
En Portugal el gobierno ha vendido gran parte de sus valores artísticos. En los próximos meses van a vender hasta 85 obras de Joan Miró con lo que pretenden lograr capital líquido para rehacer sus maltrechas arcas. Esta decisión, que a primera vista dará beneficios al gobierno, dejará sin embargo un gran vacío en su cultura y además supondrá la pérdida de turistas y sus consiguientes beneficios económicos.
La cultura, en este caso la arquitectura y la pintura, se ven reflejadas en la realidad. La mala situación que viven los gobiernos y la pérdida de poder adquisitivo de la cada vez más depauperada e inexistente clase media provoca que la cultura pierda dinero, pierda financiación y repercusión.
Esta falta no es a simple vista la más grave de las que podríamos sufrir, pero sin duda, a largo plazo se notará en todos, en la capacidad de abstraerse, de imaginar y de fabular. Y aún más en la capacidad de pensar y ser pensados, en la capacidad de vivir más allá de la vida que tenemos.
Una exposición muestra en fotografías la decadencia de Madrid y algunos de sus edificios cerrados y abandonados. Fábricas, cines, salas de fiesta, frontones y muchos otros muestran una realidad que cada vez recuerda más a Detroit y su fantasmal condición. Óscar Carrasco ha fotografiado esa realidad, con su profesionalidad y su gran capacidad para captar lo insólito.
Pero cualquiera que se dé un paseo por las ciudades y pueblos de este país puede observar pisos en esqueleto, construcciones terminadas pero cerradas por no poder ser mantenidas, comercios cerrados, bloques enteros que no se pueden vender e incluso edificios públicos que pierden su estatus y se quedan en nada, en puertas cerradas.
En Portugal el gobierno ha vendido gran parte de sus valores artísticos. En los próximos meses van a vender hasta 85 obras de Joan Miró con lo que pretenden lograr capital líquido para rehacer sus maltrechas arcas. Esta decisión, que a primera vista dará beneficios al gobierno, dejará sin embargo un gran vacío en su cultura y además supondrá la pérdida de turistas y sus consiguientes beneficios económicos.
La cultura, en este caso la arquitectura y la pintura, se ven reflejadas en la realidad. La mala situación que viven los gobiernos y la pérdida de poder adquisitivo de la cada vez más depauperada e inexistente clase media provoca que la cultura pierda dinero, pierda financiación y repercusión.
Esta falta no es a simple vista la más grave de las que podríamos sufrir, pero sin duda, a largo plazo se notará en todos, en la capacidad de abstraerse, de imaginar y de fabular. Y aún más en la capacidad de pensar y ser pensados, en la capacidad de vivir más allá de la vida que tenemos.
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