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sábado, julio 13, 2013

LAS CHICAS CON CLASE NO BESAN EN LOS BARES

La encontré en un bar. Levanté la cabeza por encima de la jarra de cerveza y la vi, divina y estupenda con su vestido de color anaranjado. Me tomé tres cervezas más para coger fuerzas y me acerqué a ella. Y estuvimos hablando mucho rato.

Le dije mi nombre, me dijo el suyo, sabéis como son estas cosas. Le conté que soy humorista, que hago monólogos, que antes era músico, que hacía canciones sobre chicas como ella. Me desafió a hacerla reír. La hice reír. Hice que una chica que pasaba por allí me diera una bofetada. Se río de mí.

Pensé que la tenía en el bote. Fui repasando mentalmente el estado de mi casa, si estaría o no recogida, si estaría limpio el cuarto de baño, si habría cerveza en la nevera, si tenía martini que es lo que ella estaba bebiendo. Miré en el móvil si tenía el número del taxi y sí lo tenía. Todo iba bien, nada iba a estropear aquello.

La invité a una copa. La hice reír más. Ensayé con ella mi monólogo sobre los hipsters que se van de vacaciones con las gafas de pasta y llevan libros de Murakami en la bolsa de la playa y que se hacen fotos de sus propios pies cubiertos por los libros Murakami y las gafas de pasta y la arena, para demostrar que aunque ya no lleven converse todavía son gafapastas o hipsters o cómo demonios se llame. Se reía cada vez más.

Me acerqué mucho a ella. Junté los labios y ataqué. Pero me hizo la cobra. Las chicas con clase no besan en los bares. Esa fue su respuesta. Las chicas con clase no besan en los bares. Y se fue de mi lado, caminando con tanta clase y tanta prestancia que parecía sacada de un catálogo de chicas bien.

Yo me quedé allí, solo y triste, remojado en cerveza y sonriendo. Las chicas con clase no besan en los bares, ¿y el resto de las chicas?


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