Jaime Sabines poeta mexicano, dijo que
hay dos tipos de poetas, los que tropiezan con una piedra y pueden
dedicarle a la piedra un soneto de altisonantes metáforas, y los que
tropiezan con la piedra y la insultan.
Tras la explosión de las vanguardias,
y sin olvidar el paso de una guerra mundial y una guerra civil en el
caso de España, las vanguardias se agotaron. Sus ideas creativas,
nacidas en torno a la exaltación de la forma para llegar a un
significado, su reivindicación de otras conexiones entre lenguaje y
palabra, entre significado y texto, se acabaron por la necesidad de
ser entendidos.
En España la guerra civil compromete
a los poetas a decir cosas que se entiendan. César Vallejo, Miguel
Hernández, Pablo Neruda y muchos otros escriben poemas con tono
antirretórico, que se acercan a la palabra cotidiana. Poemas que son
para explicar lo que sucede. Y para eso es necesario ser entendido.
Tras las guerras que dominaron la
primera parte del siglo XX, es necesario que los poetas sean
entendidos y las generaciones de poetas van acercándose al lenguaje
cotidiano. En España triunfan los poetas de la experiencia personal
y antes poetas como Blas de Otero o Luis Rosales, en ramas distintas
de la política y la poesía, pero con un lenguaje mucho más cercano
de lo que podría parecer.
Se acaba la experimentación y los
poetas buscan lectores. Necesitan palabras que expliquen claramente
lo que tienen que decir. La poesía se vuelve al significado dejando
la abstracción. Se vuelve todo a lo concreto, a lo necesario, a lo
preciso. La palabra vuelve a ser preocupación, pero para que diga
con exactitud lo que se necesita.
La vanguardia se agota en sí misma y
queda como un impresionante monumento a la creatividad y el genio de
que es capaz el ser humano. Como esa piedra de la que hablaba Sabines
la poesía se concreta y todos los que tropiezan con ella la
insultan. Los lectores ganamos en significado, pero perdemos en
capacidad expresiva.
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