Intentaba leer en cada beso el futuro.
En la intensidad. En el furor. En los labios que se pegaban a su
labios con necesidad, con costumbre, con deseo, con desgana. El
futuro se le presentaba ahí. Pretendía leerlo de cada beso que se
daban, como si en cada beso estuviera escrito el siguiente minuto, el
siguiente año, el siguiente beso.
No pensaba que fuera cierto que sólo
es posible quererse en lo que dura un beso. Pensaba que podían
quererse también fuera del contacto de los labios. Quererse cuando
se pasaban las manos por el vientre. Cuando rozaba su vello púbico.
Cuando pensaba, a cientos de kilómetros, en lo que estaría haciendo
ella. Quererse incluso cuando no tenían ganas de besarse.
El futuro no estaba escrito en los
besos. Ni siquiera estaba escrito en las manos que juntaban cuando
paseaban, las manos que ella buscaba y que él apretaba fuerte. El
futuro no existía. No había tiempo más allá de los besos. No
había tiempo más allá de del que gastaban en ellos. Los besos eran
una negación del tiempo.
Ella le hablaba del pasado. Y entonces
él no escuchaba. No entendía nada del pasado. No quería nada del
pasado. No se podía coger nada del pasado. Ella no existía en el
pasado. Ni él. No había futuro en los besos, ni pasado en sus
palabras.
Ella le enviaba mensajes secretos en
sus besos. Pretendía que entendiera palabras en sus labios juntos
sobre los suyos. Pretendía que supiera entenderla también en los
besos. Mensajes que nadie más puediera entender. Un lenguaje secreto
sólo para los dos. Hecho de besos y caricias con los labios. Hechos
de la suavidad dulce de los labios de ella sobre los de él.
Él sentía los labios distintos. Pero
no encontraba palabras en sus labios. Sólo otros labios. Sólo otra
suavidad. Sólo un instante de anulación del tiempo. Los mensajes
secretos, palabras de amor y de complicidad, no llegaban a los labios
de él. No podía entenderlos.
Nunca hubo futuro en los besos. Sólo
anulación del tiempo. Sólo amor que se expandía fuera de los
propios besos. No entendieron mensajes ni palabras secretas. Tuvieron
que decirse todas las palabras. Sobre todo los palabras de despedida.
El último beso sí contenía el futuro, ya no habría más besos.
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