He escapado a un centro comercial en
busca de aire acondicionado. No es que haga mucho calor, pero ya
tengo poca ropa limpia y si sudo la que me queda, no tendré ninguna
para ir por la noche a un bar sin apestar a sudor. Y ya me cuesta que
no me huyan las mujeres oliendo bien. A lo mejor, pienso, si huelo a
sudor las pongo cachondas, pero no quiero arriesgarme, porque mi olor
a sudor a mi me pone de los nervios.
El centro comercial es un lugar que
excita mis más bajos sentidos. En todas las versiones posibles de la
expresión bajos sentidos. Me pone cachondo con sus mujeres que pasan
por las tiendas y con las dependientas super monas que llevan con
estoicismo la ropa que los diseñadores de la tienda quieren vender.
A ellas les queda bien, pero a las chicas normales no.
También excita mi instinto asesino.
Comprendo a Herodes mejor que nunca cuando paso un rato en un centro
comercial. Montones de niños ruidosos y molestos corren y gritan y
chocan y te pisan y babean y tiran todo y no te dejan pensar,
concentrarte o simplemente dormir. Los niños en el centro comercial
son bestias en libertad que pueden hacer lo que quieren, menos robar
en las tiendas.
Pero mi instinto asesino va más allá.
La gente maleducada que tira la ropa por todas partes, que se cuela
en tu probador y no pide disculpas, que te ronda en las estanterías
que tú miras por saber qué miras tú y no por buscar nada.
Y sobre todo, mi instinto asesino se
excita ante la simple visión de la gente que pasea por el centro
comercial. Es una amalgama de mal gusto. Como un paseo marítimo de
una ciudad de vacaciones. Pero peor. Escotes excesivos. Pantalones
demasiado cortos para esas piernas tan celulíticas. Piercings
absurdos. Tatuajes más absurdos todavía en pieles ahora firmes pero
luego quemadas y después flácidas.
El dios del buen gusto murió del
disgusto en un centro comercial. Peinados demasiado altos. Gomina por
todas partes. Músculos de gimnasio y esteroides. Ropa demasiado
corta. Cuerpos de si no te gusta no mires, que en realidad dan pena,
porque si hubiera un mínimo que mirar, sería ocultado. Los
resultados de tantas hamburguesas y chocolates y comida de bolsa,
reluce en un centro comercial.
Yo vuelvo a casa pensando que estoy muy
bien, que soy muy guapo, muy alto, muy listo. No tengo hijos que
griten. No tengo tatuajes ni piercings. He pasado un día fresquito y
no he gastado dinero. Me han subido la autoestima y además he ideado
un nuevo monólogo para el espectáculo de verano. No puedo pedir
más. Gracias mundo.
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