Cuando quería saber de ti, sólo tenía
que hacer sonar aquella música. El clarinete entonaba la melodía
con una percusión de fondo muy queda, sonando muy bajita. Hacía
sonar esa música y esperaba. Podían pasar tres minutos o podían
pasar diez, pero tú entonces aparecías.
No sé si es que entonces tú la oías
o si sabías que yo estaba pensando en ti. No sé la explicación,
pero siempre funcionaba. A veces tenía la melodía durante días en
la cabeza e incluso te veía a ti moviendo las caderas insinuante al
ritmo lento pero embriagador del sonido continuado. Tus píes
descalzos, tu pelo suelto.
Empecé a llamarte Ravel sin querer. Te
lo dije en un par de ocasiones, algunas de las veces que me llamabas
cuando sonaba la música. Tú te reíste y pensaste que en mi vida
había otra mujer, que te confundí con ella. A ti es imposible
confundirte con nadie. Pero esas son las cosas que yo no te decía.
Simplemente te dejaba hablar durante horas, contando tu vida y sus
cambios, escuchando tu voz que a veces se cortaba en la línea
telefónica.
Cuando quería olvidarte sólo tenía
que ocultar esa música, hacerla desaparecer de mi vida. Tú te ibas
con ella y hasta que no volviera a sonar, porque yo quisiera o más
raramente por una casualidad, tú no volverías a mí con tus caderas
insinuantes, con tu amor de sonrisa y caricia que nunca me dabas del
todo.
Cuando colgabas, cuando desaparecías,
yo volvía a poner la música a todo volumen, lo más alto que
pudiera. Recordaba tus palabras, recordaba tu presencia, recordaba
nuestra historia de película cómica: mi amor absurdo, tu cuerpo
fabuloso, tu condescendencia, la forma tan tierna que tenías de ignorar
que yo te quería. La música iba creciendo, los instrumentos se
incorporaban a la melodía, el bajo continuo de la percusión se
hacía más grande, como un corazón que latiera a dos centímetros
de mi cara, como yo hubiera querido que latiera tu corazón. En el
final tan orquestado yo te imaginaba dando vueltas conmigo, tu
vestido volando, mis manos sujetándote fuerte. En un golpe la música
se acababa, se encendía mi sonrisa, desaparecías del bolero hasta
que yo quisiera. Hasta que yo quisiera, ese fue el único deseo que
me concediste.
3 comentarios:
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