Y Pandora abrió la caja y se perdió
la esperanza. Los tatuajes ponen cosas estúpidas. Amor de madre.
Letras chinas. Mensajes en élfico. Y Pandora abrió la caja y se
perdió la esperanza era frase estúpida para un tatuaje. Leerlo en
el final de la espalda de una mujer lo hacía tolerable, pero seguía
siendo estúpido.
La mujer, de espaldas a mí, me animaba
a dar más de mí. La frase en el final de su espalda me animaba a
salir corriendo. Pero no quería verle la cara mientras nos
revolcábamos en su cama. Y no quería salir corriendo de allí.
Todavía no. Pensé en tu espalda libre de tatuajes pero llena de
lunares que formaban triángulos que yo seguía despacio con el dedo,
suavemente, notando como ese dedo y esos lunares excitaban a la vez
tu sexo y el mío.
No fue Pandora la que abrió la caja
para que se perdiera la esperanza. Fui yo el que abrí esa caja. Fui
yo mismo el que me arrebató la esperanza. Fui yo el que se fue y
dijo no quiero más. Fui yo el que abrió la puerta de tu casa y se
marchó y no volvió nunca más. Fui yo el que te dijo que te quería
y fuiste tú, eso sí que lo hiciste tú, la que dijo que no, que eso
no, que amor no, nunca.
Dibujo triángulos en la espalda de
esta mujer, lejos de las letras estúpidas de su tatuaje, lejos de ti
que estarás ahora mostrando esos triángulos de lunares a otro. Ella
dice sí. Repite sí, sí, sí. Y yo pienso ahora la forma de escapar
de aquí cuanto antes.
Terminado el ejercicio pienso en
Pandora y en la caja que acabó con lo esperanza y el sosiego y los
triángulos de lunares. Le he dicho a esta mujer que te quiero y no
me ha echado de su casa. Eso nos pasa a todos, me ha dicho. En sus
pechos, en su vientre, no hay tatuajes.
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