Dada la realidad en la que vivimos,
cualquier distopía se presenta como un reflejo plausible de nuestro
mundo actual o de nuestro futuro cercano. Una distopía es lo
contrario a una utopía, muestra los mundos fracasados o imperfectos
que pudieron ser. Si una utopía tiende a mostrar la felicidad, la
distopía muestra lo contrario.
Si colocamos el actual momento
histórico ante un espejo, se producirá un efecto reflejo que nos
mostrará las coincidencias con distopías conocidas por todos. Se ve
que es pausible un futuro 1984 orwelliano o incluso a largo plazo un
futuro más similar al que H. G. Wells mostraba en La máquina del
tiempo, con una sociedad divida entre una clase superior feliz y
perfecta y una clase olvidada recluida en la ferocidad y la
violencia.
Pero tal vez el mejor reflejo no lo
devuelvan las obras de ficción, los reflejos que veremos serán los
de los libros de historia. Cualquier época histórica de crisis se
asemejará a la presente. Los períodos convulsos de la República
romana que acabó en la transformación del sistema en un Imperio o
tramos de la historia de ese mismo Imperio, rodeados de crisis
económicas, leyes restrictivas, mandatarios incapaces y supremos
desfalcos nos recuerdan que esto que pasa ya ha pasado y como en una
confirmación nietzcheniana han retornado.
Caulquier período de guerra global que
se ponga frente a la actual tesitura se nos aparecerá también como
un igual. Vidas abandonadas, prioridades equivocadas, sociedades
cambiantes, pérdida de libertades. Otras crisis económicas (1929).
Otras crisis políticas (Revoluciones del XIX). Otras crisis sociales
(auge de los totalitarismos en cualquier época) han vuelto para
reflejarse en el espejo de la realidad.
La ficción ha creado muchos mundos
fracasados posibles, pero la historia nos los muestra tal y como
fueron. Y hay decenas de ellos.
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