La ciudad estaba vacía, así que yo iba caminando por allí como si todo fuera mío, las papeleras, los bancos, las fuentes. El mundo vacío tiene una sensación de pertenencia que no podía aguantar, así que me subí a la estatua ecuestre de la rotonda y me quedé allí a leer el periódico.
Por suerte mi mujer se había ido con su madre a no sé dónde y yo estaba solo así que decidí tomarme algo en un bar. Pero siendo verano y con la ciudad vacía era muy difícil. Menos mal que encontré un bar de chinos. Como estaban muy españolizados me dieron tortilla de patata. Todo fue muy barato, así que me pasé allí toda la tarde y parte de la noche, primero viendo un partido de fútbol con los chinos, que saben mucho de fútbol y luego jugando a un dominó raro.
No sé cómo la cosa se lió y me fui con el chino a un karaoke y un bingo. Nos gastamos todo lo que yo tenía en la cartera. Claro, que nos compramos dos señoritas para toda la vida. Ahí la tengo, no molesta nada y casi no come, pero se mete en la cama conmigo. A ver cómo se lo explico a mi mujer.
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