Se escapa la ciudad. Se disgrega la ciudad en otras partes. Las mismas gentes, otros lugares. Las mismas gentes, los mismos errores en otros lugares. La ciudad se escapa y los que se quedan se dedican a quemarse a sí mismo, a revolcarse en el fuego de su propia estancia, de su quietud. No se pueden escapar de sí mismos y sin remedio y sin remordimientos se revuelcan en su propia ignominia, en su calor, en sus ardores y sus pecados.
Las mujeres se dejan querer y aceptan los precios. Sus pechos suaves, sus mejores ropas, todo al precio que tú quieras pagar. Y lo haces. Y lo pagas. Y sólo te remuerde la conciencia porque el placer ha sido menor del que pretendías, del que esperabas. Todo se revuelca en el calor para los atrapados en la ciudad.
Te busco en la ciudad ausente aunque sé que no estás aquí. Pero no sé qué más hacer. Lo otro sería rendirme y ser yo también uno de ellos y poner precios y pagarlos. Te busco en la ciudad ausente y se que no estás en ninguna parte y sé que soy un estúpido y que no podrás perdonarme.
Se escapa la ciudad. Yo me quedo atrapado en ella. La amo como te amo a ti. La odio como te odio a ti. La destruiré un día.
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