Acostumbrado como estoy a la vida muelle y fácil que me propone mi propio estado, todo cambio me produce un nivel de angustia y cansancio, previos eso sí, que es difícil de medir. Una vez fui a un médico que tenía un aparato que media tu nivel de nerviosismo. Te daba como una corriente y luego marcaba una aguja. El aparato se estresó bastante. Pero no llegué a romperlo.
Eso sí, pese a ello, jamás caigo en la autocomplacencia, en la queja, en el lloriqueo, en la lástima. No hay que llorar. Mi mujer no lo hace porque le salen arrugas. O eso dice. Porque para ella ya es tarde. Y por mucho que llore ya no le va a pasar nada. Yo no lo hago porque tengo el alma muerta. Eso son palabras de mi mujer. Y tal vez sea un poco cierto.
En mi vida muelle y fácil la gente no llora. Por eso cuando veo que alguien lo hace me extraña mucho. Sobre todo si no hay un motivo real. Que un chico no te quiere. Que te has caído y te duele la rodilla. Esas lágrimas las entiendo. Y me hacen sonreír. Las otras no las quiero ver. Por eso hay días que tengo que cerrar los ojos. Y mentir. Con la mejor de mis mentiras. Lo hago ya muy bien.
No es este muelle, pero bueno, vale
No hay comentarios:
Publicar un comentario