Lo sustancial de una vida en realidad es muy poco. Y eso es muy difícil cambiarlo. Despertarse por la mañana a determinada hora. Ir a trabajar. Comer. Dormir. Esas costumbres grandes es difícil cambiarlas. Y las pequeñas también. El programa de radio al despertar. Lavarse los dientes. La ducha. La rutina que realmente forma un día, una semana, una vida.
Todo eso no cambió. Tuve, sin embargo, que dejar de recordar cosas. Todas las que recordaba para ella. Y tuve que dejar de pensar en lo que le diría. Y tuve que dejar de mandarle mensajes cuando pasaba algo, veía algo, quería reírme. Eso fue difícil.
La vida está hecha de esas cosas. De eso grande, de esos momentos en los que no existía ella porque nunca había estado. Y de esos otros que estaban llenos de ella. Y toda la grande siguió igual. Me despertaba a la misma hora. Comía lo mismo. Vivía básicamente igual. Lo otro no pude cambiarlo tampoco. Estaba automatizado. Así que no podía evitarlo.
Es difícil dejar de ser el que eres si haces lo mismo que hacías antes. Así que seguí siendo el mismo.
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