Hay cosas extrañas. Dejamos de hablar. De hablarnos, por así decir. Pero teníamos que repartir ciertas cosas. Ella se quedó con casi todos los amigos. No es que dejaran de hablarme. Era que salían con ella. Siempre fueron más amigos suyos. Incluso los que eran en principio amigos míos. Eso fue lo más difícil. Se quedaron algunas cosas suyas en mi casa. Las guardé en un sitio en el que no estuvieran a la vista. Creo que no quedó nada mío en su casa. Un día cuando ella no estaba fui y saqué todo lo que tenía allí. Le dejé las llaves. Y una nota. Eso fue lo último que le dije en bastante tiempo. Le envíe mensajes borracho. Incluso alguno sin estar borracho. Sólo triste. Ella no contestó. Se lo agradecí. Quité las fotos. Pero no las rompí. Tampoco usé el reloj que me había regalado. Era para saber las horas que me faltaban para estar con ella. Eso le decía yo. Así que volví al mío. La memoria es absurda. Por eso eliminé cosas, quité cosas de su casa, de la mía. Quedó mucho espacio vacío en mi casa. Huecos. No los rellené. Fueron durante mucho tiempo el recuerdo de lo que estaba perdiendo. Fueron mi memoria.
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