De los dos compositores que hacían
canciones para Pereza, Rubén y Leiva, era Rubén el que hacía
historias más cercanas a la realidad. Es decir, era el que escribía
canciones que eran más una historia, un pequeño cuento, que una
expresión de sentimientos y emociones como corresponde a la poesía.
Una de esas historias es 4 y 26. Cuenta
la historia de un grupo que está en la cresta de la ola, que está
en su mejor momento. Que está vendiendo y llenando campos de fútbol.
Y que como corresponde, tiene atractivo, coches, dinero, mujeres y el
amor incondicional de la casa de discos.
En esa época una mujer sin nombre, sin
rostro, llama al número del cantante y le despierta. Siempre a la
misma hora. Siempre a las 4 y 26. Esa mujer, llamada por la fama,
marca el número y espera que descuelgue y no dice nada. Sólo
escucha las palabras de cansacio, de hastío o los insultos que salen
desde el otro lado.
El tiempo pasa. Ese grupo ya no es lo
que era. Ya no tienen éxito. Ya no hay dinero ni llenan. Ya no tocan
esas bonitas guitarras. Ahora ya no pueden escribir, ya se ha secado
la fuente de la inspiración (un miedo que Rubén ha confesado
tener). Ahora ya no es nadie. Todo se ha esfumado. Ahora ya no recibe
esa llamada a las 4 y 26. Pero aún así él se despierta a esa hora.
Intenta escribir. Pide que ella llame, pero no llama. Porque ya no es
nadie. Porque ya el éxito pasó. Sólo es un recorte de prensa.
Esa historia que Rubén imaginó, que salió de sus temores, de
alguna forma puede decirse que es real. Que está pasando. Ahora
Rubén ya no es tan famoso. Toca en sitios más pequeños. No le
siguen miles de fans. Sólo unos pocos. Se ha ido cumpliendo lo
imaginado. Todo es tal cual él lo pensó. La ficción se va
transformando en realidad.
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