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sábado, febrero 02, 2013

ZAPATITOS DE CRISTAL, NO

Cuando vio los zapatos de cristal Cenicienta pensó: Madre, me voy a hostiar. Nunca había usado zapatos. Menos aún zapatos de tacón. Y mucho menos zapatos de cristal. Estaba acostumbrada a sus zapatillas de estar por casa, remendadas y calentitas.

Pero el Hada Madrina de las narices le obligó a ponerse los zapatitos de las narices. Estaban muy fríos. Al día siguiente Cenicienta estaría constipada. Normal. Sólo a una vieja con varita mágica se le ocurría una chorrada igual.

Los zapatos parecían muy frágiles. Seguro que los rompía y encima los cristales se le iban a clavar en el píe. Se iba a quedar coja para toda la vida. Por una chorrada así. Andaba por la fiesta como un pato. Por eso se fue al balcón de fuera. Se quedó apoya y esperó a que se acabara la fiesta. Estuvo tentada de quitarse los zapatos, pero le dio miedo perderlos.

El Príncipe era un idiota. Estaba claro. Qué gilipolleces decía cuando bailaba con ella. Además con esos meneos los zapatos se le clavaban. Qué dolor. Ojalá se acabe pronto la canción. Cuando paró, Cenicienta salió corriendo. No podía aguantar más el dolor de píes.

Se quitó los dos zapatos. Al caer uno se rompió. El otro lo dejó allí tirado. Total, un solo zapato no servía de nada. Al Hada Madrina le diría que se los había robado una duquesa. Ya se sabe que las duquesas son unas lagartonas y unas malotas de tres pares de narices.

El Príncipe idiota fue un día a casa de Cenicienta. Espero que no me reconozca, pensó ella. Había estado tres días con fiebre por culpa de los zapatos de las narices y no se los volvería a poner ni muerta. Así que cuando él le hizo el amago de ponérselos, le calzó una bofetada y le dijo, que soy yo, leñe, pero que paso de ti. Pero, por el que dirán, se casó con él. Aunque siempre estuvo liada con los mayordomos de palacio, que eran más monos y sabían lo que era la ceniza.



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