Comprarse unos pantalones es algo que
la gente hace día a día. Y que parece muy fácil. Pero no. no lo
es. Estaba en las rebajas, más que nada porque había salido en la
tele y era martes y los martes no tengo mucho que hacer. Es un día
un poco soso en mi rutina. Los lunes duermo el fin de semana, los
miércoles afino la guitarra y me corto la barba. Los jueves leo los
periódicos. Los viernes me despierto normalmente en un sitio que no
sé dónde está. Y el fin de semana trabajo.
En las rebajas había mucha gente y
ciertamente buenos precios. Elegí unos pantalones, porque tengo sólo
dos pares y me pongo unos hasta que se lavan y secan los otros.
Escogí mi talla y fui al probador. No me entraban. Tal vez había
engordado. Vi otros. Cogí una talla más. Me estaba enorme. Volví a
por los mismo y la talla de siempre. Perfecta la cintura mal el
resto. Muy ajustados.
Encontré un letrero con el tipo de
pantalones. Ajustados aquí. Caídos allá. Anchos por no sé dónde.
Entré en otra tienda. Peor aún. Las tallas eran otras y su
traducción a las tallas normales falsa. Tuve que coger unos tres
tallas mayores. Que no me estaban bien.
Al final volví a la primera tienda y
me compré unos que más o menos me entraron y no me molestaron. Pero
puestos en casa me di cuenta de que no, no eran lo que yo buscaba.
Justos en las piernas. No me cabe la cartera en el pantalón. Así
que tengo que volver el martes a por otros. Creo que me compraré un
chándal.
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